+390692917625 mail@vivereelegante.it

Reconociendo que fumar, además de la satisfacción del placer de los sentidos, tiene también un valor estético de no poca importancia, siempre he pensado que «fumar» es un complemento importante del difícil arte de «Vivir con Elegancia». Los puros, las pipas y los cigarrillos tienen cada uno su momento y contexto ideal para ser fumados y todos gozan de un número extraordinario de accesorios fascinantes.

El axioma nitidez, unidad y armonía con el que Balzac define la esencia de la elegancia encuentra un reconocimiento inmediato en los gestos y el uso de los accesorios de un fumador. Fumar, como parte de la «Vida Elegante», tiene sus propias reglas estrictas e ineludibles, a falta de las cuales el fumador cae en el abismo del ridículo, que siempre es desagradable e incómodo.

Un rincón dedicado a fumar en mi residencia romana.

A diferencia de la pipa y los cigarrillos, el habano, debido a su elevado coste, se identificaba, antes de convertirse en un objeto de moda y «fashion», con la imagen del éxito y el poder. El propio envase cubano, durante al menos dos siglos, se caracterizó por diseños barrocos ricos en frisos y figuras inspiradas en el lujo, el poder y la riqueza. No olvidemos el uso de oro puro en las impresiones tipográficas de cajas y anillos. Imágenes de emperadores, reyes, aristócratas y figuras mitológicas han enriquecido la iconografía de los puros cubanos hasta nuestros días.

Preciosos anillos antiguos con efigies de monarcas y figuras de la aristocracia. La personalización de los anillos forma parte de la tradición cubana. Los formatos y las marcas se han dedicado a menudo a los grandes del pasado.

La razón se encuentra en el hecho de que el objeto fue durante varios siglos prerrogativa exclusiva de unos pocos, ya que, al menos hasta la Primera Guerra Mundial o, si lo preferimos, hasta la Revolución Industrial, la riqueza estaba reservada predominantemente a la nobleza y a la clase media más evolucionada y culta.

El gran ministro británico Winston Churchill es quizás la figura más célebre del universo de los puros.

En resumen, el puro cubano se ganó su blasón de nobleza gracias a su larga convivencia con los reyes y monarcas de la vieja Europa. Los productores de La Habana disponían así de un mercado claramente definido para la exclusividad, el refinamiento y la pericia en el reconocimiento de la calidad. Mientras la riqueza siguiera siendo predominantemente un coto exclusivo de la sociedad culta y refinada, que por educación y sensibilidad innata sabía reconocer la belleza, la elegancia y la calidad, no había ciertamente necesidad de publicidad, marketing, y mucho menos de guías con puntos, estrellas o baguettes. Los objetos, al igual que las obras artísticas, solían ser encargados directamente por los compradores. Como sostiene Giancarlo Maresca, era la realidad exactamente opuesta a la actual: era más difícil producir que vender. Estos orígenes blasonados explican que, a partir de principios del siglo pasado, La Habana se convirtiera también en la odiosa imagen de la opulencia y la arrogancia; piénsese en la clásica caricatura de la propaganda anticapitalista que representaba al rico industrial como un señor gordo con frac, sombrero de copa y puro en la boca.

El cine estadounidense creó una nueva degradación de la figura del fumador de puros, con el estereotipo del gángster con el sombrero Borsalino en la cabeza, el traje de raya diplomática y el omnipresente puro habano apretado entre los dientes.

LA GUERRA CONTRA EL TABACO Y LA DEFENSA DEL DERECHO AL LIBRE ALBEDRÍO

Los fumadores de Occidente estamos viviendo un periodo de desconcierto gracias al empecinamiento de nuestros legisladores en una de las campañas prohibicionistas más histéricas. El Estado «padre», preocupado por la salud de sus hijos inconscientes, se disfraza de una nueva y taimada forma de autoritarismo, haciéndose pasar por una actitud de interés preocupado por la salud de la comunidad aterrorizando a todo el mundo, con la complicidad de los medios de comunicación, sobre el peligro mortal del tabaco, los pit-bulls, el polvo fino, la comida grasa, el alcohol, el sexo, el agujero de la capa de ozono, los ácaros, etc., etc.

He oído decir a más de un fumador de puros que la actual ley sobre el consumo de tabaco, vigente en muchos países occidentales, no ha cambiado nada en los hábitos de fumar de los llamados «fumadores lentos», pues de todos modos ya eran mal tolerados en restaurantes y bares. Estoy totalmente en desacuerdo: esta ley extremista y punitiva ha cambiado desgraciadamente la costumbre mucho más de lo que el propio legislador pretendía. Para quienes, como el escritor, también consideran que fumar tiene un valor estético, esta prohibición absoluta de fumar en lugares cerrados ha borrado en un instante las coreografías a las que estábamos acostumbrados desde hace al menos tres siglos. ¿Qué es el vestíbulo de un gran hotel, de un club, de un casino, de un pub, de un salón de té, sin fumadores cómodamente sentados en sus sillones fumando un puro, una pipa o un cigarrillo Y esos magníficos, inmensos y cómodos ceniceros de latón que estaban repartidos por todo el lugar? ¿Y las bonitas jóvenes que se paseaban sonrientes por los casinos y restaurantes con cabarets con cigarrillos y puros al cuello?

Es un mundo, una época, una forma de entender el placer que está desapareciendo; esto es lo que me duele mucho más que el sacrificio, por así decirlo, de dejar de frecuentar los lugares públicos donde está prohibido fumar. Sigo pensando que los legisladores quieren negarnos el «derecho sacrosanto» que nos ha concedido el Padre Eterno al libre albedrío.

La lucha sin cuartel que se libra contra todos los fumadores, en casi todo el planeta, merece esta reflexión: los seres humanos de hoy están dispuestos a aceptar la miseria, la explotación, los abusos pederastas, las masacres de todo tipo continuamente en la televisión, como en la vida real, pero no soportan a los que están bien y pueden disfrutar de momentos de bienestar y relajación mientras fuman tranquilamente un puro, una pipa o un cigarrillo.

Sin embargo, existe una creencia compartida por muchos fumadores: puede ser cierto que fumar perjudica la salud física, pero fumar de calidad gratifica enormemente el espíritu. En efecto, innumerables obras literarias, científicas y filosóficas han madurado en las mentes de quienes tuvieron entre sus labios un noble habano.

LOS HABANOS SON LOS MEJORES PUROS DEL MUNDO

El cigarro cubano, llamado, como es lógico, Puro en los países de habla castellana, se llama simplemente Tabaco en Cuba, igual que en Reggio Emilia y Parma llaman al queso Parmigiano Reggiano. La calidad de las hojas es sin duda fruto de un regalo que alguna deidad quiso dedicar en exclusiva a esta pequeña isla caribeña.

Un momento del paciente trabajo del torcedor. En las fotos se puede reconocer claramente el montaje del capote. Es un verdadero espectáculo ver el meticuloso trabajo de los torcedores cubanos. Las manos de estos artistas del tabaco forjan cuidadosamente nuestra preciosa Habana.

Si no fuera así, todos los innumerables intentos realizados desde la revolución para reproducir las hojas cubanas plantando las mismas semillas en otros países, en las mismas latitudes de las mejores regiones cubanas, con las mismas condiciones climáticas, no habrían fracasado. República Dominicana, Honduras, Nicaragua, Tampa, por nombrar los más famosos, son los territorios donde se intenta desde hace años producir puros de calidad.

Durante más de 50 años, experimentados agrónomos, cultivadores de hojas y excelentes torcedores, muchos de ellos de nacionalidad cubana, han tratado de producir puros que pudieran parecerse a los grandes habanos. Los años desgraciados de la producción cubana entre 1996 y 1999, provocados por la sobreproducción y la pérdida de muchos torcedores experimentados por parte de las fábricas, favorecieron la aparición de nuevas marcas de puros, envasados en otros países, generando, en muchos productores, la ilusión de que podrían ganar la competencia a los puros cubanos, pero no fue así. Marcas prestigiosas como Davidoff y Dunhill han presentado al mercado puros de magnífico aspecto, hermosas envolturas, calados perfectos, envases exclusivos, pero a años luz del sabor, la fuerza y el carácter del noble habano.

He argumentado repetidamente que incluso el peor habano, empaquetado sin cuidado, aunque sea falso, si no tiene problemas de tiro, gana la competencia a cualquier otro cigarro no cubano. Hace muchos años, a un periodista que me preguntó mi opinión sobre la producción de puros no cubanos, le respondí: «Para mí, sólo existe La Habana. Después de La Habana no hay ningún lugar y después de ningún lugar los otros puros«.

Hoy estoy aún más convencido de ello. De hecho, desde la creación de la nueva empresa cubano-hispana, que más tarde se convertiría en cubano-hispana-anglosajona, y sobre todo desde que Habanos Sa. abandonó su plan de aumentar la producción anual de puros hasta los doscientos cincuenta millones de piezas, la calidad de los puros que se ofrecen en el mercado ha vuelto al nivel que exige su rango. Las reglas las dicta, por desgracia, como siempre, el mercado; la cultura del tabaquismo lleva años siendo objeto de un ataque feroz e incondicional por parte de las autoridades y los medios de comunicación, lo que sin duda ha reducido la demanda en todo el mundo de cualquier producto relacionado con el tabaco. Esto, sin embargo, tiene algunas implicaciones positivas: el productor puede centrarse en la competencia cualitativa en lugar de la cuantitativa. Pero sigo convencido de que para los puros cubanos no hay problema de competencia. La Habana sólo puede competir consigo misma.

LAS HAVANAS SON TAN PRECIOSAS COMO LAS JOYAS

Preciosos como joyas porque otorgan placer. Joyas porque adquieren valor con el tiempo. Ya hace unos años, Christie’s en Nueva York subastó 154 lotes de puros cubanos, algunos de los cuales alcanzaron precios muy atractivos.

El laborioso trabajo de los agricultores cubanos, aquí estamos en la recolección de las hojas.

Un ejemplo: una caja de 25 unidades de Davidoff Dom Pérignon se compró por 14.500 dólares. El mismo paquete se podía comprar, hasta finales de los años 80, en el Duty Free del aeropuerto de Madrid, ¡por unas 16.000 pesetas! De nuevo Christie’s, esta vez en Hong Kong, superó a los gabinetes de Dunhill con 5.800 dólares en el mismo año. ¡Extraordinario!

Los accesorios asociados al habano también han sido, y siguen siendo, un excelente testimonio del respeto del que goza el puro cubano desde los tiempos del Rey Sol; pitilleras de bolsillo de oro, plata, carey, cuerno y pieles preciosas, humidores de las más finas maderas, hasta el faraónico Sala de maduración (salas de maduración de puros) que son habitaciones, incluso domésticas, donde se pueden guardar y almacenar cientos de cajas. Ceniceros, cortapuros, encendedores, cepillos y mucho más completan el valioso equipamiento a menudo indispensable para cuidar y fumar habanos.

Estas obras de arte, estos preciosos objetos de culto y de deseo, amados por los reyes y por el común de los mortales, deben, ya que no pueden vivir eternamente como los diamantes, morir quemándose, entregando sus almas a quienes las fuman, almas que se convierten en humo, humo azul, humo intenso, humo perfumado rico en aroma y sabor. Después de haber dado minutos, horas para los formatos más grandes, de intenso placer, de haber dado al fumador un estado de ánimo relajado y satisfecho, de haber hecho que la eventual conversación del fumador sea tranquila y desapegada, de haber gratificado todos los sentidos, se deja morir solo en el cenicero, ahora transfigurado por su belleza primitiva. Por muy monstruoso que parezca su epílogo, no es tan triste su destino, pues aún permanecerá vivo, brillante e inolvidable en la memoria de quienes lo fumaron. Por todo ello, recientemente declaré en una entrevista con Bernard Condon, periodista de la revista ‘Forbes’: «No estoy seguro de que Dios exista, pero si lo hace, ¡estoy seguro de que fuma puros habanos!».

A menudo los fumadores de habanos guardan las anillas de los cigarros mejor fumados. Es una forma
de respeto y una forma de no olvidar el placer que nos dieron.